El sol mañanero les despertó con sus primeros destellos. Al salir de la tienda se vieron rodeados por agua debido una subida de la marea que devolvía vida a la marisma a través de sus canales mareales. Una amena charla y un soleado desayuno en una estupenda terracita precedieron al ansiado embarque. Antes de darse cuenta estaban ya en la otra orilla, Ayamonte y Andalucía les recibían con las manos abiertas. El viento de cara o el inoportuno pinchazo quedaron a un lado como simples anécdotas, ni siquiera los enormes fresales de Lepe los detuvieron. A una velocidad endiablada entraron en Aljaraque, allí los gentiles Juan y Merchi los recibieron como a sus propios hijos.
Un refrescante baño en la piscina y la deliciosa comida casera les devolvió a la civilización. En el horizonte otra meta, Adrián, un entrañable amigo al que hacía tiempo que no veían, y su restaurante en Punta Umbría.
A pesar del tiempo transcurrido los buenos amigos siempre quedan y, como los tres esperaban, el tiempo no había pasado para ellos, todo seguía como antaño. El restaurador onubense les agasajó con un sinfín de deliciosos platos a la altura del mismísimo Ferran Adrià. Más tarde, con los estómagos mas que satisfechos y con el restaurante ya cerrado, disfrutaron junto a Jose (el cuarto en discordia) de unas copas amenizadas por las anécdotas de antaño y los planes futuros. Momentos inolvidables que quedarán para siempre en la memoria de los viajeros.
Un sueño reparador y aquel desayuno fueron los preámbulos de una triste pero inevitable despedida. Ese el destino de los soñadores, de nuevo en camino, continuar buscando nuevos retos y aventuras.
Antes de arribar al parque nacional de Doñana aun hubo tiempo de degustar los suculentos bocadillos que la dulce Merchi les había preparado. Ante ellos se extendía la inmensidad del parque y su extensa playa, más de 30 kilómetros que eran su única conexión con la provincia de Cádiz, su última parada.
Las primeras sombras de la noche les sorprendió en la playa de Matalascañas, allí acurrucados junto a un chiringuito veraniego disfrutaron de la que a la postre sería su última noche al raso. El cielo parecía consciente de ello y les regaló multitud de estrellas bajo las que seguir soñando.
Grillos, eso fue lo que encontraron nada más despertarse, cientos de ellos ocupaban las prendas de nuestros amigos. Una vez superada la aprensión inicial limpiaron sus ropas y partieron al alba en busca de una nueva barcaza a la orilla del Guadalquivir con la incertidumbre de no saber si los muchos kilómetros recorridos por la arena les serían premiados con la presencia de dicha barca.
A pesar de la dificultad de rodar por la arena con la rueda trasera de carretera y el plato grande llegaron justo en el precioso instante en el que la barcaza hacía su aparición en esta orilla, la onubense.
Sanlúcar, una llamada a los amigos, otro pinchazo, dudas para elegir camino. Otra vez ritmo endiablado para atravesar esos prados tan familiares que les conducirían a la ansiada Puerto Real. Ya a la altura del Puerto de Santa María una pregunta empieza a surgir en la mente de nuestros amigos ¿Por qué tanta prisa? ¿Realmente queremos llegar? ¿Se va a terminar aquí nuestra aventura? La nostalgia empieza a llenarlo todo, tantos días, tantos kilómetros, tantas vivencias, tantas ciudades, tanta gente… Los dos cruzan una mirada de complicidad, una lágrima asoma por la mejilla. Ahora ya no quieren que acabe, pero es demasiado tarde. La euforia de reencontrase con sus amigos en su ciudad de adopción vuelve a tornar sus sentimientos en alegría.
Abrazos, bromas, besos, anécdotas. Siempre es estupendo el reencuentro. Al día siguiente nuestros valientes aventureros aun se dan el gusto de hacer unos pocos kilómetros por la zona, pero ambos saben que ya todo ha terminado. Que se cierra una etapa de sus vidas, que algo ha cambiado en su interior y que siempre habrá un antes y un después de este viaje, su viaje. En el horizonte tan solo una certeza, este no ha sino el final, sino más bien el principio…