viernes, 6 de noviembre de 2009

El Final del Comienzo (Parte II)

Y amaneció, pero los malos augurios continuaron, el que sufrió rotura esta vez fue Luis, lo que retrasó la salida de Setúbal hasta el medio día.


Tras este nuevo incidente la suerte pareció cambiarles, ya que llegaron justo a tiempo de coger el barquito que les haría cruzar el estuario del río Sado. Después del desembarque continuaron a buen ritmo en dirección a Santiago do Cacém, unos deliciosos higos recién recolectados y un sabroso magnum fue todo el alimento que consumieron hasta llegar a la costera ciudad de Sines.

Allí, el destino les había reservado una posada para poder observar el partido de su equipo mientras devoraban la ansiada cena, a la conclusión del mismo partieron con nocturnidad en busca de una playa donde guarecerse. No fue tarea fácil y tras una decena de temerarios kilómetros completamente oscuras rezando por sobrevivir a los coches llegaron a destino y cansados pero satisfechos no tardaron en dormirse.

Se despertaron con las primeras luces del alba, el día les sonreía y ellos sabían que por fin, otra vez, todo volvería a la normalidad. Los primeros kilómetros pasaron rápido hasta llegar a la noble ciudad de Porto Covo, grandísimas playas y un abundante almuerzo los hizo continuar hacia el Sur, el ansiado Sur.

Ante sus ojos pasaba la belleza de esa recóndita Portugal que anhelaban, esa Portugal que les había sorprendido al Norte y que desaparecía en los alrededores de Porto y Lisboa. Vilafranca do Milfontes o Zambujeira de Mar fueron algunas de las poblaciones que atravesaron, cabalgaban rápido nuestros aventureros, la proximidad a su patria les daba alas. Una vez más, las únicas paradas que contemplaban eran las de las higueras, no había nada como sentarse a la sombra de una de estas mientras llenaban el estómago con sus frutos.

El sendero los condujo hasta Aljezur, donde compraron la cena y se acordaron profundamente del hermoso castillo del Rey Herminio, no muy lejos de allí hicieron noche bajo la atenta mirada de las miles y miles de estrellas que los guiaban.

No se sabe muy bien como, a pesar de las averías en sus corceles, y empujados por una fuerza sobrehumana antes del mediodía se encontraban en el cabo San Vicente, otro de los puntos de visita ineludibles de su aventura, ante su ojos solo la inmensidad del mar y la sensación de que ya casi estaban en casa, pese a la distancia que aun les separaba.

Tras visitar Sagres y rellenar los hambrientos estómagos partieron con la clara idea de llegar a Portimao y ya nada les apartó de su objetivo, ni el viento, ni el kilometraje ni la belleza de la majestuosa Lagos impidió que arribaran. Una infernal bajada les esperaba allí. Valió la pena, nada más bonito que el atardecer en Praia da Rocha.

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